A partir de la utilización de los primeros ex libris la heráldica ejerció un protagonismo absoluto dentro del diseño.
El rigor simbológico aplicado a los blasones respondió, en una primera etapa, a las distinciones otorgadas por los monarcas pero con el tiempo se fue transformando en una cuestión muchas veces decorativa que reunía ornamentos sin ningún orden ni concierto.

Las armas cumplían una función concreta y sus códigos, durante la Edad Media, podían ser interpretados por cualquier individuo. Los ornamentos exteriores del blasón, como la cimera y los soportes o tenantes, así como las cintas que contenían los lemas o divisas y las condecoraciones, fueron estrictamente reglamentados por cada uno de los reinos. Más aún, la composición, el partido de los escudos y los colores o esmaltes seguían escrupulosas reglas.

El caso que aquí nos ocupa es un tipo de figura o mueble que fue aplicada para identificar a un gremio como el de los pintores, gremio que incluía a los grabadores y a algunas otras ramas del arte bajo la jurisdicción de esa comunidad.

La creación de la primera corporación de pintores data de mediados del siglo XIV. Una de estas sociedades, también denominadas gildas, surgió en la ciudad de Florencia y adoptó el nombre de Compagnia di San Luca.

Este tipo de organizaciones se desarrollarán, más tarde, en regiones como Flandes (también bajo la advocación de Lucas el Evangelista), en París, en el Báltico y en Sevilla. Finalmente se transformarán en academias como la de Roma o las de ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla.

Las gildas también proliferaron en Bélgica y Holanda, en ciudades mercantiles como Amberes, Brujas, Gante, Bruselas, Tournai, Ámsterdam, Haarlem, Utrecht, Delft, Leiden o La Haya. Estas agrupaciones actuaban en representación de los artistas e influían tanto en la valoración y venta de las obras como en la manera en la que se debía impartir la enseñanza de la pintura.

 








El símbolo adoptado por estas organizaciones fue un escudo que contenía otros tres más pequeños, ubicados dos en la parte alta y uno en la base. Esta composición ha llegado hasta nuestros días como el emblema del oficio de pintor, y es utilizada por los artistas en el diseño de sus ex libris personales y en los de sus colegas. Esta simbología también fue implementada en las marcas de biblioteca de bibliófilos que se identificaban profundamente con la pintura, el dibujo o el grabado y también en las destinadas a los impresores.

La forma en la que este escudo se incluye en las composiciones es de lo más variada. En algunos casos es la imagen central, en otros existe alguna dificultad para encontrarlos en el diseño, como si se tratara de un código destinado a ser interpretado únicamente por iniciados.

El ex libris que Hans Sebald Beham (1500-1550) (discípulo y seguidor de Durero) realizó para su propia biblioteca constituye uno de los primeros ejemplos de este tipo y se encuentra dentro del grupo selecto de las primeras marcas de biblioteca en las que se puede identificar fehacientemente al autor. Otro ejemplo es de H. I. Becker Junior, fechado en 1772, cuyo autor lamentablemente se desconoce.

 









Si bien son escasos los diseños antiguos en los que se emplea este emblema, la producción de ex libris en torno a 1900 ha dejado una gran cantidad de ejemplos, especialmente los trabajos realizados por alemanes de la jerarquía de Georg Berlösius, Adolf Henrich, Georg Broel, Carl Rinck, Julius Diez, Emil Doepler, Oskar Roick y Lawrence Rheude.

También harán su aporte artistas de otras nacionalidades, como los suizos Hans Eggimann y Alfred Peter, los franceses Henry Andre y Edmond Des Robert; los registros de los holandeses Andre Vlaanderen, el húngaro Coloman Rozsnyay, el checo Alferd Soder, el italiano Giuseppe Haas Triverio y dos excelentes ex libris universales, uno diseñado por el heraldista alemán Otto Hupp y el otro por el belga Armand Rels.

 







 


 
 
 
   

© 2017 - Daniel Salaverria